miércoles, 24 de septiembre de 2025

¿Por qué recordamos lo malo en lugar de lo bueno?

 

  Hay días en los que no recordamos ni lo que hemos cenado, y otros en los que la memoria se nos llena de detalles como si fueran sombras danzando a nuestro alrededor. Curiosamente, no solemos retener los días buenos ni las risas, sino aquellos momentos grises, amargos, en los que algo se rompió, y tuvimos que estar un tiempo perdidos en la oscuridad, pero  ¿por qué la mente tiende a almacenar lo malo en lugar de lo bueno?

    Buscando inspiración para escribir este post, me topé con un artículo científico que explicaba que el cerebro está diseñado, entre otras cosas, para protegernos. Y para hacerlo, necesita recordar lo que duele. Yo creo que es algo innato, sobre todo cuando volvemos a un lugar donde nos pasó algo desagradable. La mente tiende a evocar ese instante como si proyectara una película. Eso me pasó esta mañana mientras hacía unas gestiones. Regresó a mí mente una imagen del pasado que preferiría no haber recordado. He de admitir que no me agradó nada volver atrás en el tiempo. ¿Cómo lo gestioné? Conecté con el presente. Eso me ayudó muchísimo. Y tú deberías hacer lo mismo cuando te veas en esta tesitura. Créeme. Funciona.

        Está claro que el cerebro no olvida. Tiene memoria selectiva. Por eso, repite lo vivido de forma automática cuando un algo lo activa. Quizá por eso nuestra mente almacena con tanta precisión una discusión, una pérdida, un fracaso, o ese día exacto en el que alguien nos dejó de hablar. Nos acordamos de la ropa que llevábamos, la calle,  la hora, incluso de lo que dijimos. Pero, ¿cuántas veces recordamos lo bueno que nos ha pasado  en la vida?

     No es que no hayamos tenido días buenos. Es que, muchas veces, los vivimos de forma tan ligera, tan natural, que no pensamos en conservarlos. La alegría  que se siente es en el momento. No necesita análisis. En cambio, el dolor lo procesamos, lo repasamos, lo pensamos, lo escribimos, lo contamos. Lo revivimos una y otra vez, como si buscarle sentido fuera la única forma de digerirlo. Y sin darnos cuenta, lo fortalecemos. Lo volvemos parte de nosotros. Y cuando vuelve, ni siquiera sabemos cómo sacarlo de la cabeza. No sé si me explico...

      Hay personas que no recuerdan los cumpleaños felices, pero sí el día en que mengano no se acordó de felicitarle, y ya lo deja de hablar.  No recuerdan el primer "te quiero", pero sí la última discusión, la ruptura, el silencio. No es su culpa. Es el cerebro intentando protegernos de futuros batacazos. Por eso nos volvemos más selectivos, menos confiados, incluso menos sociables. Lo malo queda tatuado con consistencia. Lo bueno, a veces, pasa sin que lo notemos… porque nos parece natural.

       Pero también creo que podemos entrenar la memoria. Que podemos decidir qué conservar. Que podemos detenernos un día cualquiera y decir: esto quiero recordarlo. Esta conversación, esta sensación, esta tarde en la que no pasó nada extraordinario. Y anotarlo. Y contarlo. Y agradecerlo. Para que también se quede grabado en nuestra retina.  Porque la memoria no es solo lo que vivimos. Es también lo que decidimos revivir. Y si no empezamos a guardar con intención los momentos felices, puede que un día miremos hacia atrás y solo veamos cicatrices… olvidando que también hubo alegría, compañía, calma. Tal vez no se trata de olvidar lo triste, sino de aprender a darle el mismo peso a lo bueno. Quizás no hemos sido tan infelices como creemos… solo hemos sido muy malos recordando aquellos momentos plagados de felicidad... Que no es lo mismo. ¿Tú qué opinas?

                                                       CHARLOTTE BENNET 

 

martes, 23 de septiembre de 2025

Las tres lecciones de septiembre: escribir, vivir, aprender...

 

     La vida es un constante aprendizaje. Cada paso que damos está lleno de desafíos que nos ponen a prueba como personas... Por eso quiero hablarte de este mes. De lo que ha supuesto para mí después de un verano muy productivo, cargado de inspiración, historias que exigían ser contadas y personajes que pedían a gritos ser escuchados. He publicado tres novelas en septiembre (tengo más en mi haber). Sí, tres. Eran proyectos que llevaban tiempo esperando su momento, y por fin llegó. Uno de ellos es La alargada sombra de Lucifer, la cuarta entrega de la trilogía Lucifer… aunque ya sé que una cuarta entrega rompe el concepto de trilogía, pero la historia lo pedía, y mis lectoras también, así que me lancé para escribirla. Satisfacer y Sucumbir forman parte de una trilogía, y es mi primera incursión en la novela erótica. Me gusta explorar distintos géneros. Me lanzo a todo lo que me despierte curiosidad, aunque la inspiración tiene parte de ¨culpa¨. 

    Me gusta sumergirme en cada historia pues me convierto en una más de mis personajes. Les escucho, les doy voz, los acompaño a lo largo de la trama… y ellos, a su vez, me enseñan cosas que desconocía. 

    De esta manera, septiembre, como buen narrador llegó con su propio guion: personajes inesperados, giros de trama, decisiones importantes y meses de trabajo detrás de cada portada, cada título, cada lanzamiento. Para mí, cada mes es un nuevo capítulo. Este, en concreto, fue intenso y valioso, tanto en lo profesional como en lo personal. Porque escribir, para mí, es mucho más que teclear palabras. Es una terapia sin sicólogo, ni grupo... Es el arte de transformar una idea en una historia, una emoción en una escena. A veces la chispa aparece de la nada. Otras veces se pierde, se esconde, y te obliga a empezar desde cero. Pero siempre vuelve… si la esperas con paciencia.

      Más allá de lo que logré publicar —y de lo que todavía está por escribirse—, este mes me dejó aprendizajes que me acompañarán en cada página futura. Y lo curioso es que no llegaron todos desde el teclado, sino desde lo cotidiano. Hubo semanas en las que sentí que no llegaba a nada. Siempre con prisas, con listas interminables de tareas, con esa ansiedad de estar dejando cosas sin hacer. Acabar las tres novelas, decidir las fechas de publicación, revisar los textos, coordinar portadas… todo se amontonaba como si cada asunto fuera urgente. Hasta que me detuve y me di cuenta de que, cuando todo parece urgente, nada lo es de verdad. Y lo verdaderamente importante —mi escritura, mis ideas, mi tiempo para pensar y crear— estaba quedando relegado. Había perdido el centro. Me percaté que cuando una mañana abrí el documento de una novela ya empezada no pude escribir nada. No por falta de ideas, sino por culpa de no estar atendiendo el resto del caos.

       Cerré todo. Respiré. Y me hice una pregunta simple: ¿Qué tres cosas quiero realmente lograr hoy? Solo tres. No quince. Y entre esas cosas, volví a incluir algo que había dejado de lado: mi ritual matutino de escritura. Me reencontré con el disfrute de escribir sin presión. Solo por escribir. Solo por mí.

       También aprendí que descansar no solo es válido, sino necesario. Este mes mi mente trabajó más de la cuenta. Y cuando la inspiración aparece, ya sabes cómo es: caprichosa, intensa, y a veces imparable. Quieres retenerla, aprovecharla, escribirlo todo. Pero también aprendí a parar. A cerrar el portátil, salir a caminar, y dejar que la historia siga fermentando sola. Descubrí que hay una escritura invisible que surge cuando no estás escribiendo. Que las ideas maduran en el silencio. Que los mejores giros de trama no llegan frente a la pantalla, sino mientras lavas los platos o ves las hojas caer desde una ventana.

       Soy de las que siente culpa cuando no está escribiendo. Pero esa culpa es enemiga de la creatividad. Este mes me di permiso para mirar por la ventana sin tener que justificarlo como “investigación”. Y fue en ese espacio donde nacieron las mejores ideas.

    Ser escritor/a es vivir muchas vidas al mismo tiempo. Algunas las inventas, otras las vives sin querer. Algunas se quedan contigo para siempre, y otras las regalas a tus personajes. Este mes me recordó que estar ocupada no siempre significa estar avanzando. Que la pausa es tan necesaria como la acción. Que lo que construye una obra no es la inspiración es la constancia.  Y, sobre todo, me recordó por qué escribo. Porque a veces, mirar atrás es la mejor forma de seguir escribiendo hacia adelante. 

                                                         CHARLOTTE BENNET

    Hay días en los que no recordamos ni lo que hemos cenado, y otros en los que la memoria se nos llena de detalles como si fueran sombra...