viernes, 12 de septiembre de 2025

La corrupción política, y el arte de no asumir responsabilidades…

 

 

 

    Cuando comencé a redactar este escrito, a modo de denuncia social, la primera pregunta que me vino a la mente fue: ¿Por qué los políticos roban y engañan al ciudadano al que juraron proteger y mejorar su calidad de vida?  La respuesta es muy simple: porque quieren, y pueden.  Y lo curioso es que creen que somos idiotas.  No se dan cuenta de que todo delito cometido, antes o después, tiende a salir a la luz. Ya sea por un error de cálculo, un simple descuido o porque algún tercero estafado o traicionado termina por irse de la lengua, y tira de la manta.

   Pero¿De verdad no os dais cuenta de que para gobernar hay que tener, como mínimo, un poco de vergüenza, experiencia y no interpretar un papel a medias? Se os ha visto el plumero, ¨amigos políticos¨. No tratéis de hacernos creer que todo es una trampa ideada por la oposición cuando os pillan con el carrito del helado. La verdad tiene un solo camino. Y las personas, como vosotros, no tenéis vergüenza. Os mentís a vosotros mismos, a vuestras familias, al ciudadano que es el que os vota, porque pensáis que vais a ayudarle a través de un programa electoral que es poco más que una utopía diseñada y adornada por  vosotros. Esto el ciudadano no siempre lo ve, porque tenéis el don de  enredarlo con vuestro carisma, jurando y perjurando que sacaréis el país adelante y que les daréis trabajo y una vivienda digna.

    Pero, lo cierto es que estamos hartos de vuestras políticas mediocres. Ya no podéis seguir colándonos más mentiras, salvo a quienes todavía os rinden pleitesía con sus votos porque quieren llevaros a la victoria para lucrarse ellos también.

   Porque ¿cuántos  políticos honrados hay? Dos de cada diez, con suerte. Dejemos de contar...  Ya lo dijo Rousseau: ¨Todo poder corrompe¨. Y de eso, ¨nuestros amigos los políticos¨ saben mucho. 

     Siempre he pensado que la rectitud y la franqueza deberían ser asignaturas obligatorias, especialmente para quien decide dedicarse a lo público. Porque gobernar es servir, no servirse a uno mismo. Pero aquí, parece que los valores se diluyen en cuanto se jura un cargo público. El político de turno se olvida de todo. Sólo le interesa ver qué puede obtener desde esa silla privilegiada. Se supone que fue elegido para velar por los intereses del ciudadano, no para beneficiarse con tramas corruptas, sobresueldos, favores y juegos de poder.

     ¿Tenemos parte de culpa en ese sentido? Sí, porque les hemos votado. Y hemos colocado a unos delincuentes en un pódium de poder. Una vez dentro, la impunidad está servida por más que comentan un delito.

     ¿Cuál es el problema? Que nos hemos equivocado al escogerlos. Pero, a veces, la desesperación nos empuja a creer lo que prometen tan a la ligera. Y, al final, tenemos lo que no merecemos porque todo sigue igual.  Sube el paro. Las pensiones siguen siendo insuficientes. La luz, la vivienda, los productos básicos… todo sube. La inmigración ilegal sigue siendo un problema grave como todo lo demás…¿Y las soluciones?
Todo bien, gracias. Esa es la respuesta cuando se les pregunta cómo va el país. 

      Mientras tanto, se enzarzan en debates estériles, se insultan en el hemiciclo como si aquello fuera un patio de vecinos.  Pasan la mañana, cobran su sueldo —que pagamos nosotros— y se marchan en sus coches oficiales a vivir una vida regalada, completamente ajena al día a día de quienes hacemos malabares para llegar a fin de mes. Eso, claro, si no eres una familia en riesgo de exclusión social.

    ¿Dónde está la responsabilidad? No la hay…  Tomemos como ejemplo la DANA en Valencia. Una triste tragedia que podría haberse evitado, pero que fue otro error de cálculo humano. ¿Alguien asumió responsabilidades? Nadie. ¿Hubo dimisiones? En absoluto. ¿Alguna disculpa pública por parte de los responsables? Nada. Cero. Las víctimas no dejan de ser eso: sólo víctimas.  La impunidad se ha convertido en norma.

    Los medios de comunicación reflejan lo mismo de siempre: Otro caso de corrupción. Otro político imputado. Otro juicio. Otra condena.   Y otra vez… el dinero público desaparecido, los culpables casi impunes, y nosotros, los ciudadanos, pagando las consecuencias. Porque la corrupción no es solo robar dinero. Es enchufismo, tráfico de influencias, clientelismo, manipulación de contratos, favores a amigos. Es un sistema podrido que lleva décadas funcionando, donde siempre ganan los mismos, y el resto nos resignamos a remar a contracorriente.

   ¿La justicia es igual para todos? No. Porque mientras a unos les cae una condena larga por robar una barra de pan o no pagar una multa, los políticos corruptos que han robado millones acaban con penas reducidas, indultos estratégicos o jubilaciones anticipadas para que no tiren de la manta. Pero, ¿dónde quedamos nosotros? Cada día, hay menos dinero para la sanidad, la educación, los servicios sociales… ¡Y qué casualidad! Siempre hay dinero para fiestas salvajes y privadas, para gastar en prostitutas de lujo, para los sobresueldos, campañas ilegales o cuentas en paraísos fiscales…

    Y nosotros seguimos aquí, trabajando más por menos, tragando discursos infumables, viendo cómo se repite el ciclo. Protestamos, votamos, denunciamos… y todo sigue igual que hace años.   No quiero un país donde hay más políticos que puestos de trabajo.
No quiero que las nuevas generaciones crezcan creyendo que robar es parte del juego político, o que estudiar Ciencias Políticas es la mejor vía para forrarse.  No quiero seguir viendo cómo los corruptos dirigen empresas, participan en tertulias o asesorías, como si fueran una imitación barata de Platón o Sócrates.

     Por eso, escribo para denunciar públicamente esta injusticia. Los ciudadanos meceremos políticos honestos, instituciones limpias de vagos y delincuentes...Erradicar el enchufismo, los puestos de trabajo que se otorgan ¨a dedo¨...  Porque si seguimos callando, ellos seguirán robando y haciendo de este país un chiste. Y yo, como ciudadana libre, me niego a callar.  

                               

                                              CHARLOTTE BENNET 

 

                                                

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