I
Ya no ilumina tu alma
el verdor de las flores,
ni tus manos escarban
la tierra de los herbajes.
El fervor se
tornó eco,
perdido en la bruma
de tu frente perfilada.
Mientras el
alba calla,
inmutable,
a este lóbrego desamor.
II
Busqué tus gestos
en la plenitud de la tarde,
en la hendidura tibia
que deja tu mano
cuando se evade.
Y sólo hallé
el temblor
de lo que perece
sin ruido,
sin despedida.
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